No hay cosa en este mundo que me llene más que
viajar. Pero no me hace falta andar muy lejos, hasta los destinos más próximos
me pueden llegar a parecer del todo exóticos. Es cuestión de la intensidad que
le pongamos a nuestros trayectos.
Adoro los aeropuertos y la áurea que se respira en
ellos.
Preparar un
viaje es un regalo para mí. Pensar en los nuevos destinos que voy a visitar,
con qué ojos veré esas nuevas fronteras, con qué caras me cruzaré y qué
sensaciones pondré en la maleta de vuelta.
Quién adore viajar, quizá le pasará cómo a mí. Me
encanta la idiosincrasia de los aeropuertos, incluidos los tiempos de espera. Me
hacen pensar, relajarme y observar. Es un momento precioso para empezar a
sentir las palpitaciones del viaje que se acerca hacia ti. Las maletas, la
compañía o la soledad. Viajar solo es una de las mejores experiencias que he
tenido, aunque a la llegada del aeropuerto haya una increíble sonrisa deseando
abrazarte. Supongo que fue uno de los pocos momentos de mi vida que he estado
realmente sola fluyendo por el mundo.
Por suerte, he podido estar en muchos lugares. Pero nunca
es suficiente. Tenemos una inmensidad ante nosotros por conocer, pero poco
tiempo. Nuestro mundo es así, corto pero intenso.
Os dejo con este vídeo que me fascina. Lo encontré por
Internet, confieso que lo he visto más de cinco veces maravillada.
Muchas gracias por las visitas,
Besos, Irene.